viernes, 28 de octubre de 2011

La Humillación de Canosa

¿En que consistió la llamada “Humillación de Canosa”? (Siglo XI, Edad Media)
     
    Causas:


En 1073 es elevado a la sede pontificia Gregorio VII. La primera medida que tomó ese mismo año fue dirigida a la prescripción del celibato eclesiástico mediante la prohibición del matrimonio de los sacerdotes (nicolaísmo). La disposición no perseguía tanto la práctica de la virtud de la castidad como el afianzamiento de su política teocrática. De hecho, como luego sucedería con los posteriores decretos sobre la simonía, sólo se publicó en los dominios del emperador, contra quien la lucha por el poder político se libraba sin cuartel. Suponía el papa que el celibato evitaría la descendencia y, con ella, la posible transmisión hereditaria de los derechos feudales, auténtico núcleo de la cuestión.
El conflicto surgía de la disociación de funciones y atributos que entrañaba tal investidura. Por su propia naturaleza de feudo eclesiástico, el beneficiario debía ser un clérigo; de no serlo, cosa que sucedía de ordinario, el aspirante quedaba investido eclesiásticamente de modo automático por el acto formal de su concesión, de tal manera que el investido recibía simultáneamente los derechos netamente feudales y la consagración religiosa.
Para reyes y emperadores los feudos eclesiásticos antes que eclesiásticos eran feudos. Los clérigos feudatarios, sin perjuicio de su condición clerical, eran tan vasallos como los demás, obligados en la misma medida para con su señor, comprometidos a subvenirle económica y militarmente en caso de necesidad. Los monarcas no podían permitir que la discrecionalidad legislativa del papa, operativa en todo caso en asuntos puramente religiosos, les despojara de la facultad de investir a los destinatarios de aquellos feudos y de obtener a cambio el provecho inherente a la concesión feudal Privar al emperador de su facultad de investir a los titulares de los feudos eclesiásticos era tanto como hurtarle el derecho de nombrar a sus colaboradores y funcionarios y sustraerle buena parte de sus vasallos, los más leales, sus valedores financieros, los que le sustentaban militarmente. Además, los propios obispos, los abades y los simples clérigos se opusieron al cambio de su situación por el riesgo de pérdida de las condiciones y prerrogativas de que disfrutaban en sus posesiones feudales.
Con motivo de la publicación de la bula de excomunión contra el emperador, la nobleza opositora logró convocar en Tribur la Dieta imperial con la manifiesta intención de deponer al monarca, aprovechando además que los rebeldes sajones estaban de nuevo en pie de guerra. Enrique IV se vio en situación comprometida. Ante el peligro de que el papa aprovechara esta reunión para imponer sus exigencias y amenazado además de deposición por los príncipes si no era absuelto de la excomunión, Enrique IV decide ir al encuentro del papa y obtener de él la absolución.
·         El acto de la humillación:
A principios de 1077 fue advertido el papa de que el emperador estaba en camino hacia Italia. No cuestionó las hostiles intenciones de éste y buscó refugio seguro en el inexpugnable castillo de Canossa, cerca de Parma. Pero Enrique no venía encabezando ningún ejército sino como penitente arrepentido que imploraba el perdón del santo padre y que deseaba retornar al seno de la iglesia mediante el levantamiento de la excomunión. Llegó a Canosa el 25 de enero de aquel gélido invierno pidiendo ser recibido por su Santidad. Se cuenta que el papa demoró la entrevista por término de tres días, durante los cuales permaneció el humilde emperador descalzo y arropado con una simple capa a las puertas de la fortaleza. El papa, sorprendido por la inesperada actitud de su enemigo, vacilaba sobre la mejor forma de actuación: el sumo sacerdote no podía negar la absolución de sus faltas a un peregrino que se presentaba de aquella guisa dando muestra de humildad y contrición; pero, de hacerlo, Enrique IV se vería de nuevo reintegrado en la comunidad cristiana, confirmado en su trono con pleno derecho de ceñir la triple corona, y exento de cualquier tara que sirviera de argumento a sus enemigos para exigir su abdicación. No tuvo otra opción que perdonar y absolver, ennoblecido moralmente y derrotado políticamente.
2.- Encontrar algún aspecto de naturaleza política en este hecho
Al decreto de 1073 sobre el celibato siguieron otros cuatro decretos dictados en 1074 sobre la simonía y las investiduras. Visiblemente las miras de Gregorio VII eran políticas e iban encaminadas a minar la autoridad imperial, pues las disposiciones no se promulgaron en Inglaterra, ni en Francia ni en España. La reacción por parte de las autoridades civiles y de los mismos clérigos afectados fue virulenta, corriendo peligro en muchos casos la integridad personal de los legados vaticanos enviados para publicar y hacer cumplir los edictos del papa. Pero éste no suavizó sus métodos ni rebajó el tono de las amenazas. Muy al contrario, dictó nuevos decretos en 1075 (veintisiete normas compendiadas en los Dictatus papae) que repetían las prohibiciones de los decretos anteriores con mayor severidad en las penas, que alcanzaban a la excomunión para quienes, siendo laicos, entregasen una iglesia o para quienes la recibiesen de aquéllos, aun no mediando pago. Los veintisiete axiomas de los Dictatus papae se resumen en tres conceptos básicos:
·         El papa está por encima no sólo de los fieles, clérigos y obispos, sino de todas la Iglesias locales, regionales y nacionales, y por encima también de todos los concilios.
·         Los príncipes, incluido el emperador están sometidos al papa.
·         La Iglesia romana no ha errado en el pasado ni errará en el futuro.
3.- ¿En que consistió el conflicto entre el Papa Bonifacio Octavo (XIII) y el Monarca Frances Felipe el Hermoso (Filipo Bello)?
El reinado de Felipe el Hermoso está marcado por sus diferencias con el Papa Bonifacio VIII, de las cuales la epístola decretal Clericis laicos del 24 de febrero de 1296 es el punto de partida. Bonifacio VIII, que en ese entonces tenía otras preocupaciones como los conflictos con los aragoneses de Sicilia y los Colonna, se encuentra en la penuria y, a pesar de su carácter altanero, cede pronto. Las bulas Romana mater (febrero de 1297) y Etsi de statu (julio de 1297) hacen que el rey gane la causa. Este último documento contiene una renuncia formal a las pretensiones emitidas en la epístola decretal Clericis laicos, en defensa de los bienes eclesiásticos contra la arbitrariedad de los reyes.
Cuando Felipe quiso completar el saneamiento de la Hacienda Real imponiendo tributos a la Iglesia, se encontró con la oposición del papa Bonifacio VIII, con quien entró en gravísimos conflictos a raíz del proceso que la justicia del rey emprendió contra un clérigo francés (1301).
Bonifacio VIII respondió declarando la supremacía del poder espiritual sobre el poder temporal y, por esta vía, la superioridad del Papa sobre los reyes, siendo estos últimos responsables ante el jefe de la Iglesia, mediante la bula Unam Sanctam. De hecho, intentó instaurar una teocracia occidental.
Felipe IV reunió un concilio nacional de los obispos de Francia para juzgar y someter al Papa e igualmente reunió a las asambleas de nobles y burgueses en París (precursores de los Estados Generales de Francia, que aparecieron por primera vez). El rey buscaba el apoyo de todos ellos con el fin de legitimar la lucha que él llevaba contra el Papa. Este último amenazaba con la excomunión y emitir la interdicción sobre el reino de Francia.
Los legistas falsificaron la bula para volverla injuriosa contra el poder civil y contra Francia. Con el apoyo de la población y de los eclesiásticos, el rey envió a su consejero y futuro Guardasellos, el caballero Guillermo de Nogaret, con una pequeña escolta armada a Italia, al objeto de arrestar al Papa y de hacerlo juzgar por un Concilio. Nogaret se reunió con un enemigo personal de Bonifacio VIII, Sciarra Colonna, miembro de la nobleza romana, quien le señaló que el Papa se refugiaba en Anagni en Italia.
Nogaret y Colonna llegaron a Anagni y encontraron al Papa solo en la gran sala del palacio episcopal, abandonado por sus partidarios. El anciano hombre de 88 años estaba sentado sobre un escaño alto, vestido como de ceremonia y no reaccionó a la irrupción de la tropa armada. Al ver aproximarse a Guillermo de Nogaret y a Sciarra Colonna, inclinó levemente la cabeza y declaró:" He aquí mi cabeza, he aquí mi tiara: moriré, es cierto, pero moriré siendo Papa." Guillermo de Nogaret retrocedió, impresionado, mientras que Sciarra Colonna, en su odio hacia Bonifacio VIII, avanzó insolentemente y le dio un cachetazo con su manopla de hierro.
Con la violencia del golpe, el anciano cayó estrepitosamente de su trono. Poco después, la población de la ciudad, avergonzada de haber abandonado al Papa, se dirigió al palacio y detuvo a los franceses. Pero era demasiado tarde: la violencia de la que había sido víctima, había quebrantado definitivamente la razón de Bonifacio VIII. Él murió un mes más tarde sin reconocer a sus parientes y rehusando la extremaunción. Este episodio se denominó el «atentado de Anagni» y ocurrió el año 1302.
Este enorme escándalo salpicó a Felipe el Hermoso, si bien él no era directamente responsable, pero aquellos que no lo sabían, dedujeron que era mejor no oponerse al rey de Francia.
La muerte de Bonifacio VIII permitió a Felipe IV hacer elegir a Papas franceses (Benedicto XI en 1303 y Clemente V en 1305). El rey encontró, además, en el nuevo Papa Clemente V una personalidad mucho más maleable que él tenía bajo su poder, a quien pidió, entre otras cosas, la supresión de la Orden del Temple en 1307 tras un juicio de siete años al que estuvieron sujetos cerca de quince mil hombres, de los cuales tres Templarios fueron llevados a la hoguera en la isla de los Judíos por supuesta herejía.
Clemente V fue instalado por Felipe el Hermoso en Avignon al sur de Francia, con lo que el dominio francés sobre la Iglesia quedó plasmado en el traslado de la sede pontificia de Roma a Avignon en 1309

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